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¡A hincarle el diente a la muerte!

Por Aura Carpio

La Llorona - Lila Downs
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Noviembre es un mes en el que aquella huesuda dama de sombrero extravagante nos visita con un sinfín de colores, olores, sabores…tradiciones.

 

El Día de Muertos es una maravillosa fecha en la que nuestro México se viste con papel picado morado, naranja, rosa mexicano, amarillo, entre otros colores vivarachos. México se perfuma con flores de Cempasúchil y por si fuera poco con el olor exquisito del mole calientito, del dulce pan de pueblo, del hervor del café de olla con canela... ¡extasiante!

Las calles anuncian la llegada de la Huesuda a los hogares, las panaderías hornean Pan de muerto para los difuntos, el dulce de calabaza se derrama en los labios de una niña que observa a su madre con desdén. 

 

Tal vez mi objetivo es el de asistir a la Mega Ofrenda 2015, sin embargo, suelo distraerme con aquellos detalles que se pierden en la cotidianidad de la ciudad. Camino hacia las Islas, un atardecer sonrosado se posa en el cielo adornando de manera sublime el Campus universitario. Jóvenes vienen y van, unos beben cerveza, otros tantos danzan en el "placer" de la juventud; en el fondo de este escenario casi surrealista, el Estadio Olímpico se levanta en cimientos y banderas ondulantes con el escudo de los pumas en el centro. 

 

Morelos, el siervo de la nación, vuelve a la vida desde el 29 de octubre en murales, mojigangas, tapetes de aserrín pintado, ofrendas coloridas que van desde principio a fin con el espíritu creativo de la UNAM. Algunas mariposas monarca revolotean entre insectos, dándole al entorno, una atmósfera volátil. 

De repente un aroma se filtra entre mis fosas nasales, ¿quesadillas? ¿sopes? ¿tacos de canasta?...¡Tamales! Sin siquiera dudarlo mis instintos me llevan al dulce sabor de un tamal de pasas, sumamente folclórico, exquisitamente mexicano. 

Quedo satisfecha del estómago, pero insatisfecha de ímpetu por la Mega Ofrenda. Sin embargo, el 1 de noviembre me sonríe llevándome a la Catrina del Museo Dolores Olmedo. Los visitantes se implantan en el vaivén de este hermoso establecimiento, un pavorreal luce sus exóticas plumas como si fuese un abanico y un xoloescuincle se convierte en estatua mientras observa los tacones de las bailarinas de danza folclórica. Aquellas zapatillas que junto con la música regional hacen de una composición  musical, una escena fílmica. 

 

Los rostros pintados intentan asemejarse a los cuadros de Posadas (al parecer intentan evadir a nuestra Huesuda luciendo como ella), los cánticos entonados por aquellos hombres de zapatos de charol, alivianan el peso de aquellos que al día siguiente deben asistir al trabajo. Un aroma a tortilla en el comal se esparce por la explanada principal de la antigua casa de Doña Dolores Olmedo, mientras que familias esperan ansiosas a observar las ofrendas que yacen dentro de una de las habitaciones del museo.

¡Y nuestra Frida no podía faltar!, quietecita se encuentra, plasmada en una lona, en el rostro de una mujer que se pasea por los jardines atosigada por los deseos de ser retratada con los turistas. 

 

La noche se inyecta en el entorno y muchos visitantes se marchan a casa, otros al Zócalo para seguirse con el gran reventón de nuestra espléndida anfitriona...¡La Catrina!  

 

Danza de los Demonios
Entre veladoras
Vocho folckórico
Morelos en perspectiva

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