top of page

Secretos oscuros

  • Aura Carpio
  • 19 nov 2015
  • 5 Min. de lectura


El Palacio de cristal vestido de destellos lunares, refleja su figura en el pequeño lago artificial que yace a un costado de él. Todo parece tan callado pero tan inquieto a la vez; solamente el sonido de los grillos musicaliza a la atmósfera madrileña. Mismos grillos que habitan una gigantesca roca (la cual se halla detrás del Palacio de Cristal) han sido testigos de delitos aún sin descubrir.


Mientras mi espíritu observaba aquel nocturno entorno, mi alma se difuminaba en el misterio que resguardaba el risco poroso que parecía posar para un bosquejo de óleo posteriormente cautivo del Museo del Prado. Mi esperanza por que las sirenas sonaran tras el sonido de un disparo se fue apagando…

Lo único que sabía es que había muerto.

El cigarrillo que había mantenido en mis labios durante más de veinte minutos antes de mi muerte, continuaba en el cenicero. Una nota que jamás podré concluir se quedó atrapada en la máquina de escribir…el motivo de mi muerte: saber de más.


Aún los folders amarillentos se encontraban en mi escritorio y mi bolígrafo permanecía intacto junto a los tachones de mi libreta. Parecía que aún no visitaban mi departamento para eliminar evidencias.


Evidencias, era lo único que había estado buscando en los últimos meses tras las misteriosas desapariciones de las calles de Madrid. Quizá aquel día en la oficina fue mi sentencia de muerte; la jornada en la que me enfrenté a redactar una nota tan raquítica como mi estado físico: “Desaparece Román Santos miembro de La corte Española. Se realizan investigaciones encabezadas por el detective Montero, hasta ahora no se hayan evidencias de asesinato.”


Tal vez mi instinto me indicó que aquella nota no era totalmente cierta. Insisto, firmé sentencia y ésta apenas comenzaba.


Con mucho que esperar, aproveché las noches de guardia para comenzar mi investigación sobre los asesinatos ocurridos durante cuatro meses seguidos. Con la ayuda de Vera Sánchez –reportera en cargo y también vecina mía- pude obtener uno que otro dato que me permitiera armar una nota congruente sobre los crímenes que tomaban como escenario distintas calles madrileñas.


Una de las tantas noches de guardia, agotado por tanto cabo suelto, me permití tomar un descanso y salir a caminar. Tomé mi chaqueta y mis cigarrillos (tan necesarios en días otoñales) dirigiéndome a cualquier lugar que no estuviera involucrado con posibles homicidios de miembros de La corte Española…sin embargo, eso no ocurrió.


El vapor que salía de mi boca me entretuvo por unos instantes hasta que observé a una mujer de chaqueta café y cabellos castaños forcejeando con una figura masculina diluida en el cristal de un automóvil. Mi mala vista me obligó a acercarme para averiguar lo que ocurría; la dama me observó con un grito silencioso, el hombre se percató de aquella acción y, precipitadamente, hizo rugir el motor del auto desapareciendo con la oscuridad de la noche.


-¿Está bien señorita?- la mujer pareció contestarme con un hilo de voz y se marchó corriendo.


Atónito por el suceso del que había sido espectador, regresé a la oficina cuando en la entrada del edificio del periódico leí una nota: “La curiosidad mató al gato”. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral… ¿quién habría escrito aquel mensaje? ¿A caso el secuestrador del que había estado investigando? ¡Sería mucha osadía!


Con los nervios invadiendo cada célula de mi cuerpo la noche transcurrió hasta que los primeros rayos de sol asaltaron mi cubículo, me hallé con cientos de preguntas por resolver cuando…un nuevo reporte había llegado a mis manos: “La juez Isabel Ruiz desapareció en esta madrugada. Se cree que es otra víctima del delincuente ignoto. El detective Montero aún no ha dado declaraciones, las investigaciones continúan.”


Vera asistió a mi oficina mientras tenía en mis manos la nota de la mañana, colocó una mano en mi hombro y me tendió un sobre a mi nombre:


-Lo recibió esta madrugada la portera. Me informó que no llegaste en toda la noche y me pidió que te lo entregara con urgencia.

-¿No te mencionó quién lo envía?

-No, solamente dijo que se lo había dado una extraña mujer castaña. Es interesante puesto que la descripción que me dio la portera concuerda con la juez desaparecida.- Inmediatamente tomé el sobre y abriéndolo cuidadosamente hallé un papelito en donde se leía:


“Busca y me hallarás envuelta en tierra, tan sólo en un RETIRO. Indaga en las rocas cercanas a una PUERTA. Procura buscarme por la noche, cuando los aullidos de los caninos sean ensordecedores. Denuncia con las personas indicadas la muerte de nuestras memorias, pues… para ese entonces, ya no estaré viva.

Isabel Ruiz”

Una fotografía cayó a los pies de Vera, en ésta aparecían los miembros desaparecidos de La corte española incluida Isabel en una junta de índole fiscal. Vera sorprendida señaló la fotografía:


-¿Quién es aquel hombre del fondo que observa a los ministros? ¡Es el…!-

-¡El detective Montero!-


Aquella tarde (la cual la teníamos libre) nos recluimos en mi departamento junto con los reportajes de las desapariciones, algunas investigaciones, mapas de Madrid, la nota de Isabel y la fotografía. Las horas se esfumaron tras la demencia compartida por atar cabos. Nuestras conclusiones:


1. El lugar de la cita era El parque del retiro cerca de la Puerta de Alcalá.


2. La roca indicada en la nota de Isabel se hallaba cerca del Palacio de Cristal.


3. Aquella roca podría ser testigo de los asesinatos o quizá la referencia al lugar en donde se ubicaban los cadáveres de los ministros.


4. Seguramente el secuestrador ahora postulante de asesino era el detective Montero.


5. La última conclusión o cuestión sin resolver… ¿Por qué?


Tentativamente estábamos a un paso de hallar la verdad en todo este lío de desapariciones que habían sido titulares de los periódicos durante los últimos meses. La excitación y la adrenalina ambientaban mi estudio; no esperamos más y comenzamos a redactar acompañados del humo del tabaco.


Vera se marchó con la promesa de reunirnos por la madrugada en el Palacio de Cristal. Así transcurrió la noche hasta que en mi reloj se marcó la hora de la esperada verdad.


Llegando al punto de reunión, no encontré a Vera durante más de media hora hasta que decidí emprender la búsqueda por mí mismo.


Sí, estaba a unos pasos de morir, de haberlo previsto no me habría dirigido a aquella exuberante roca que se extendían detrás del Palacio de Cristal. No habría cavado cerca de ella para hallar los cadáveres de Isabel y de los otros miembros de la Corte en un intento de fosa.


Hubiese asistido con ayuda judicial, incluso hubiera sido más cuidadoso, darme la vuelta y percatarme del arma que apuntaba a mis cienes…


“Hubiera” ¡eso no existe! Ni tampoco la revelación del secreto del detective Montero, ni siquiera la divulgación de mi muerte.


Sí, la curiosidad mató al gato…me asesinó a mí también, me tomó en sus garras y enterró mi cuerpo en aquella fosa improvisada junto con los otros cadáveres. Ya sentía como los gusanos entraban por el agujero que me había matado, veía las gotas de sangre pintando de carmesí al escenario de mi fallecimiento…la enorme roca.


Lo único que sé es que he muerto al pie de un pedrusco en un manto de asesinatos jamás descubiertos, en manos de un delincuente infiltrado en la justicia…he muerto, y nadie lo sabrá.


 
 
 

Comentarios


Who's Behind The Blog
Recommanded Reading
Search By Tags
Follow "THIS JUST IN"
  • Facebook Basic Black
  • Twitter Basic Black
  • Google+ Basic Black

© 2023 por "Lo Justo". Creado con Wix.com

Donar con PayPal

Presentado también en

 ¿Te gusta lo que lees? Dona ahora y ayúdame a seguir elaborando noticias y análisis. 

bottom of page